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26 de Agosto de 2018
Por Luis Wertman
Dudo que algún ciudadano quiera ahorrarle dinero a cualquiera de sus gobiernos. Sin embargo, parte de nuestra responsabilidad civil reside en involucrarnos en las diferentes posibilidades que pueden surgir para que el uso de los recursos públicos sea más eficiente.
Una de ellas es la limpieza del espacio público que es al final del día, el espacio de todos.
Ya sea la recolección de las toneladas de basura que generamos a diario o el reciclaje de la mayoría de esos desechos, la meta de cualquier urbe moderna no debe ser limpiar constantemente, sino no ensuciar.
Entre muchos ejemplos está el chicle.
Aportación de México al mundo, hoy la goma de mascar es un producto de consumo cotidiano.
Lejos de aquella imagen de la savia saliendo de la corteza de los árboles, ahora el chicle es golosina, refrescante del aliento, ayudante de la digestión, calmante para los nervios y hasta un modo eficaz de romper el hielo entre desconocidos. Sin embargo, también es un desecho fácil de tirar una vez que aburre o pierde el sabor.
Si bien la primera parte de nuestra relación con la goma de mascar puede resultar hasta glamurosa, la segunda involucra nuestros peores comportamientos: escupir y tirarla donde sea.
Este mal hábito tiene un doble perjuicio: es muy difícil de limpiar y, durante su permanencia, es una poderosa fuente de bacterias.
Por ello, esas “monedas” negras que nos acostumbramos a ver sobre banquetas, lozas y hasta en árboles, representan uno de los comportamientos más nocivos de los capitalinos.
Además de esto, son una de las primeras señales —porque luego se irán acumulando más desperdicios como vasos de plástico, pañuelos, papel e incluso bolsas completas de basura— que reciben los delincuentes de que ese espacio está disponible para cometer un crimen gracias al abandono general; muy parecido al efecto que tiene la primera piedra que provoca una avalancha.
Hace diez años, con la colaboración del conocido exalcalde de Bogotá, Antanas Mockus, identificamos una decena de comportamientos negativos de la sociedad capitalina, los cuales influyen directamente en nuestra percepción de seguridad y de bienestar.
Uno de ellos resultó ser el desecho masivo de goma de mascar. No es un comportamiento nuevo y en varios países incluso está prohibido por ley y sancionado con multas.
El objetivo de modificar estos diez comportamientos no sólo es cambiar un hábito desagradable, sino mejorar la calidad de vida, al mismo tiempo que le quitamos incentivos al delincuente.
De manera regular, bajo una metodología que confirma la modificación de la conducta y mide los resultados obtenidos, llevamos a cabo el programa Tira el Chicle al Bote para erradicar la manera en que nos deshacemos de la goma de mascar.
Hace dos semanas, con el apoyo de Trident (que no necesita mucha presentación) y de TerraCycle, una de las principales empresas de reciclaje en México; del Instituto de la Juventud de la Ciudad de México, que encabeza María Fernanda Olvera Cabrera, y de la Autoridad del Centro Histórico, a cargo del Dr. Jesús González Schmal, regresamos a una de las avenidas emblemáticas del país, que es Francisco I. Madero.
Con 75 contenedores ahí y en 16 de septiembre, entre otros puntos del Centro, recuperamos los chicles a través de la amable supervisión de jóvenes capacitados para alentar a los miles de ciudadanos que pasan por estas avenidas para depositar su goma de mascar en recipientes que serán sellados y enviados para su aprovechamiento a la planta de reciclaje.
En ocho días, el ejercicio de corresponsabilidad cívica rebasó nuestras expectativas.
Al parecer, una vez más, el capitalino no tiene arraigado escupir en la calle su chicle y menos hacerlo donde caiga.
Si tiene oportunidad y un recipiente adecuado, voluntariamente lo deposita en el contenedor.
Una vez que recibe la explicación y la información sobre lo importante que es hacerlo para la calidad de vida cotidiana, la seguridad y el mejor uso del presupuesto público (un chicle puede costar entre 50 centavos y un peso, pero quitarlo del suelo llega a cotizarse hasta en nueve pesos), el ciudadano acepta modificar su comportamiento.
Sólo en Madero, contabilizamos hasta 200 mil chicles pegados, haga la cuenta de lo que le cuesta al gobierno capitalino retirarlos.
De manera constante se nos dice que la resistencia al cambio es uno de los obstáculos invencibles que tenemos los mexicanos. Eso es falso. Cuando creamos las condiciones adecuadas, resultamos ciudadanos modelo. Y no por obligación, sino por el convencimiento de que es la única manera de vivir como deseamos.