Todo el mundo ha tenido esta experiencia alguna vez, cuando alguien sale de compras y regresa a su hogar, se da cuenta que ha comprado unas cuantas cosas que no necesitaba en realidad, generalmente se compra por cubrir necesidades concretas, para mejorar otras cosas que ya no daban bien su servicio, para facilitar el día a día y, por supuesto, también sin que sepamos muy bien por qué y para qué.

Esas compras que se hacen, aunque no se necesiten, pueden estar impulsadas por varias razones, a veces compramos simplemente porque podemos, otras porque vemos en ellas una oportunidad a futuro y otras veces, las causas de este consumo, están entrelazadas con cuestiones psicológicas.

La adquisición de algo nuevo crea un efecto que nos lleva a comprar más cosas y cosas más nuevas, aunque no las necesitemos.

Hay que pensar en lo que pasa cuando se compra un mueble para una habitación de la casa, ese mueble nuevo llega, se posiciona en el espacio que se le ha asignado, crea dicotomía: lo nuevo es nuevo y reluciente, mientras que lo de siempre parece poco atractivo.

El consumo está ligado a la identidad, las cosas hacen que nos mostremos al mundo de un modo o de otro.

Se compra para lograr transmitir cierta imagen y un determinado estatus, ligado a este comportamiento están muchas de esas compras que no se encuentran en nuestras necesidades.

Se compra porque ese producto en concreto se ve como algo para acceder a cierta imagen y a cierta posición, o al menos a transmitir la idea de cierta posición.

La cuestión está en que esos productos que se compran de un modo aspiracional, tienden a ser caros, lo que hace que las compras que no se necesitan, se conviertan en una carga sobre el presupuesto personal.

Para las marcas y empresas este nicho de mercado debe ser tratado de un modo delicado, se tiene que llegar a él, pero no hacerlo de un modo que resulte obvio, los anuncios de los productos de lujo están un poco por todas partes, y no van por alguien en específico.

@38consumer